Capítulo 8


UN GRAN DESCUBRIMIENTO 


Tumbada en mi cama miraba hacia el techo. Intentaba concentrarme y analizar la situación. Mi cabeza era un hervidero de preguntas: ¿Qué se traían entre manos Prenafeta y Smirnoff?  Desde luego, fuera lo que fuera, no creo que estuviera destinado a ninguna asociación benéfica. ¿Quién entraba sin ser visto y ponía patas arriba el despacho del director de la Gaviota Parlante? ¿Qué le estaba ocurriendo a la Playa del Muerto? ¿Jeremías, el loro de Simón Barrilete, sólo sabía decir “Al ladrón”, “Al ladrón?”… Bueno, esta última pregunta no tenía mucho que ver en las investigaciones, era una curiosidad aparte.

No podía dormirme, el calor era tan sofocante que las chicharras parecían cantar desde mi almohada. Decidí ofrecerles un fondo musical. Me levanté y puse bajito para no molestar a los vecinos y a Paquita, que trajinaba en la cocina, mi tema preferido de Elmis. Me senté en el alfeizar de la ventana. Había luna llena y se veía con toda claridad el patio de la casa. El agua de la fuente se movió levemente. Debía de ser “Free”.

“Free” era el “duende del agua”, vivía en la fuente del patio. Estaba hecho de agua, un cuerpo de agua dentro del agua. Por eso apenas nadie lo veía. Nos dimos cuenta una mañana por sus movimientos. Cuando el agua se estremecía era “Free” que cambiaba de posición.

A mi padre y a mí nos gustaba mucho imaginar. “Con la imaginación pasa igual que con los músculos, si no la ejercitas se atrofia”, me solía decir. “Y un buen detective ha de tener mucha imaginación, porque ha de ser capaz de pensar en todo tipo de situaciones, por muy difíciles que parezcan ¡Pueden suceder tantas cosas en este mundo!”. 
      
Y como los dos deseábamos ser unos buenos detectives, imaginábamos, nos inventábamos historias y personajes como “Free”.

¡Oh, no!, no podía ser, estaba empezando a ponerme triste. Me acordaba de mi padre. ¡Cómo me hubiera gustado hablarle de aquel caso!... en esos melancólicos pensamientos estaba, cuando llamó Paquita a la puerta de mi dormitorio.

-Es ese amigo tuyo, el ayudante de la librería. Te llama por teléfono.
Bajé todo lo deprisa que pude, ¿qué querría mi socio a esas horas? Por poco tiro, sin querer, a Paquita, que farfullaba entre dientes: “estos niños no respetan ya ni las horas del sueño”.

-Te gustará saber lo que contiene la muestra de azúcar que mandé analizar -me disparó Lucas a bocajarro- cuando descolgué el auricular.

-¡Escúpelo ya!- le dije impaciente. Me imaginaba a mi amigo, al otro lado de la línea telefónica, con una bata blanca y con sus gafas redondas de científico.         

-Bueno, ya sabes que tengo un buen contacto en el laboratorio del colegio. Don Saturnino, el profesor de química y yo somos buenos amigos, a pesar de que una vez me dio, injustamente un cuatro con cin…

-Pero bueno, ¿ahora me vas a contar, a estas horas de la noche, tu biografía colegial? ¡Haz el favor de ir al grano!-ya no aguantaba más. 

-¡¡N-fosfonometilglicina!!

-¿¿Cómo dices??

-Dicho de otro modo: C3H8NO5P…

-¿Quieres hacer el favor de hablar en cristiano?

-Se trata del glifosato.

-¿El glifo…qué…? ¿Y eso qué demonios es?

-Es un aminofosfato parecido a la glicina, que inhibe la 5-enolpiruvil-shiquimato-3-fosfatosintetasa, enzima responsable de la formación de los aminoácidos aromáticos: fenilalanina, tirosina y triptófano.

-¡Por el amor de Dios! ¿Me lo puedes explicar de otro modo?- Empezaba a enfadarme seriamente.

 -Es un herbicida no selectivo de amplio espectro-continuó mi socio, orgulloso de sus conocimientos-, desarrollado para la eliminación de hierbas y arbustos, en especial los perennes. Es un producto muy potente, total y demoledor, que se absorbe por las hojas y no por las raíces. El glifosato mata las plantas debido a que suprime su capacidad de generar aminoácidos. Incluso puede llegar a ser altamente tóxico para los animales y los humanos…

-Vale, vale, ya me hago una idea, no hace falta que sigas-lo interrumpí un poco desesperada-. Deduzco de tus palabras que Lolo Prenafeta le está pagando a esa rata calabocera de Smirnorff, para que se cargue la vegetación de la playa del Muerto. Estoy segura de que los otros tripulantes no tienen ni idea de que Smirnoff esconde ese producto en los sacos de azúcar.

-Pero ¿qué interés puede tener ese paquebote con bigotes de Prenafeta en dejar esa playa más pelada que la cabeza de un calvo?

-¡Elemental querido Lucas!, en el momento que haya desaparecido la fauna y la flora de aquel paraje, dejará de ser declarado Parque Natural, y ya no será un lugar protegido por el Ministerio del Medio ambiente. Prenafeta hablará con “López y López” y llenarán ese hermoso lugar con su paisaje favorito: los ladrillos y los bloques de cemento. ¡No me extrañaría que ese tiranosaurio disfrazado de serpiente que tenemos por alcalde haya utilizado ya esa artimaña en otros sitios!

-¡Tenemos que impedirlo como sea! ¡Mañana se lo contaremos al señor Horacio! -dijo Lucas tan enfadado, que me dio la sensación de que saltaban chispas de todos esos productos de fosfato que había nombrado, por el auricular -.¡Buenas noches!-dijo con rabia.

-¡Buenas noches!- dije yo con la misma rabia.

Y colgamos.

Horacio Biblo no perdió su habitual calma, cuando se lo contamos al día siguiente, pero sus ojos brillaron de un modo extraño.

-Hay que desenmascararlo- fueron sus primeras palabras, después de haber escuchado pacientemente nuestro relato-. Es un farsante y hay que desenmascararlo cuanto antes. Tu padre tiene toda la razón del mundo, María, cuando dice que hay que desenmascarar a los farsantes. –añadió después de dar una calada prolongada a su pipa. .

-¿Cómo vamos a desenmascararlo señor Horacio?-Lucas tenía tanta curiosidad como yo.

-Con la ayuda de un langostino y de unos cuantos gatos –dijo misteriosamente.

-¿Cómo se puede desenmascarar a Lolo Prenafreta con un langostino y unos cuantos gatos?- le preguntamos al mismo tiempo, con los ojos abiertos cómo cuatro abanicos. No entendíamos nada. Yo, María Umbeldini, hija del detective Ernesto Umbeldini, acostumbrada a resolver tantos casos, reconozco que estaba totalmente fuera de onda.

El librero se dirigió a la puerta, giró el cartel de cerrado, echó el pestillo, y frotándose las manos, con el gesto alegre de un niño travieso al que se le ha ocurrido algo genial, se acercó a nosotros y nos preguntó:

-¿No es cierto que Lolo Prenafeta heredó de su familia “El Langostino de Oro?

-Sí, claro…

-Y ¿no es cierto que todos los años, el veinticinco de Julio organiza una fiesta en ese restaurante para celebrar su nombramiento como alcalde y de paso hacerse propaganda de cara a las próximas elecciones?

-Sí, eso parece…

-Y ¿no es cierto que invita a todo el que quiera asistir a la fiesta con la especialidad de la casa: paella de liebre de monte con mariscos?

-Pues sí…    

-Y ¿no es cierto que invita también a un montón de periodistas, a los que soborna llenándoles la barriga para que hagan pública su generosidad en la prensa?

-Sí, vienen periodistas de los periódicos de la capital, también los de “La Gaviota parlante”, y algunos otros de los pueblos cercanos, como “El Correo Marítimo” y “El Papagayo Matutino”- dijo Lucas. Seguíamos sin entender nada de nada.

-Bien, este año los invitados tendrán gato por liebre- dijo el señor Horacio, y los ojos le volvieron a chispear traviesamente. Entonces nos contó su estratagema. A mi amigo y a mí nos pareció genial, incluso le dimos alguna que otra idea. Entre los tres organizamos un plan genial para desenmascarar a ese farsante de “Piñafreta”, de “Penafrita”, de “Pinafreta”… o cómo quiera que se llamase aquel desaprensivo. Pero es mejor que os cuente, en el próximo capítulo, lo que sucedió el veinticinco de Julio de aquel año en el Langostino de Oro, a partir de las trece horas y cuarenta y cinco minutos.

CONTINUARÁ